martes, 27 de enero de 2009

Capítulo 3

Capítulo 3
La hora y media que pudo durar el viaje, lo pasé mirando por la ventana el hermoso paisaje de campo y escuchando música clásica en el Ipod. Me hacía gracia el abandonar los altos edificios llenos de luces y ruido, para empezar a ver verde, árboles, pajarillos y escuchar un enorme elenco de sonidos que no se suelen oír en la ciudad, y si se oyen, son en los documentales de la televisión. A unos pocos kilómetros del pueblo de mi abuela, me quedé plácidamente dormida y cuando llegamos mi hermana con su dulce tono y sus maneras amables; por si no se nota, estoy siendo irónica, me despertó. Bajamos primero a saludar a la tía Gretel. No la veía desde que yo tenía 7 años. Llevaba el pelo rubio, pero casi blanco, en un moño bajo. Tenía el rostro lleno de arrugas y moreno; se notaba que vivía en el campo. Sus ojos marrones se hundían en su escuálida cara, pero aún así albergaba mucha ternura en ella. Se fue a nosotras y nos achuchó con sus enormes brazos. Al hundir mi cara en su pecho, un fuerte olor me abofeteó. Su blusa azul vaquero, olía a establo, pero traté de hacer un esfuerzo para no arrugar la nariz ante la peste que desprendía.
-Mis pequeñas…- dijo mientras nos achuchaba- hacía tanto tiempo que no os veía. ¡Estáis verdaderamente preciosas! ¡Dejadme que os vea!- y por fin nos soltó- Phoebe… eres idéntica a Emily…- sonrieron ambas. Me sorprendía lo bien que disimulaba mi hermana la aversión que sentía por nuestra escapada al campo- y Danielle- me miró detenidamente. No sé por qué, no me gustó nada la manera que tenía de mirarme. Aunque mantenía una expresión dulce y educada, me daba la impresión de que estaba siendo cínica, que en realidad no se alegraba de verme- Cada día te pareces más a tu padre. Tú sí que eres una verdadera Balthius- desde mi aventura, el oír mi apellido me provocaba escalofríos.
-Me alegro de verte tía Gretel- logré articular al fin. Saludó a papá y a mamá y nos ayudó a bajar las maletas. La verdad que para la edad que tenía, estaba en completa forma, aunque si se había dedicado a cuidar de la abuela Margaret, que siempre había estado enferma, y a sacar adelante la granja; debía de estar muy sana.
-Os enseñaré vuestras habitaciones, y cuando os hayáis acomodado, si queréis saludáis a la abuela. Le gustará veros, pero ahora está dormida.-
Tuve suerte de no tener que compartir habitación con Phoebe. La casa de campo era lo suficientemente grande como para que tuviéramos todos nuestra propia habitación. La última en recibirla fui yo.
-Para ti he reservado esta- me dijo mientras abría la chirriante puerta de madera- tiene unas bonitas vistas al campo. Si quieres abrir la ventana, avísame. Hace años que nadie la abre y está algo atascada. Así que si me necesitas, le echaré aceite y no hará ruido.
-Gracias tía Gretel- sonreí- Es perfecta
-Sé que no es como tu habitación de la gran ciudad…
-No te preocupes de verdad. Es estupenda. Me vendrá bien un cambio de aires- sonrió complacida y me dejó para que deshiciera mi maleta. Saqué el neceser y lo dejé en una estantería que había cerca de la cama y guardé mis cosas tipo, las libretas y mi Ipod en el cajón de la mesilla de noche. Me tumbé en la cama e inspeccioné un poco la habitación. Tenía un color violáceo, que con el paso del tiempo se había vuelto grisáceo. Los muebles eran algo viejos pero seguían manteniendo su encanto como si hubieran sido recién comprados. En la ventana había unas bonitas cortinas beige con florecitas moteadas en azul y amarillo. Tenía un escritorio con una silla, y en él había un florero azulado con unas cuantas flores, algunas de ellas ya estaba un poco marchitas, pero otras muchas estaban recién puestas. Se ve que había tenido el detalle de intentar cambiarlas para cuando hubiéramos llegado.
Coloqué más o menos mi ropa en el armario. Olía a una mezcla de madera vieja y lavanda. Luego descubrí que olía así porque había una bolsita en la esquina con trozos de lavanda. Supongo que es lo que llamaríamos un ambientador casero. Alguien tocó mi puerta.
-¿Puedo pasar Danielle?- preguntó mi madre
-Claro, pasa- y la recibí sentada en la cama. Cuando mamá entró, me inspeccionó con la mirada. Estaba ansiosa por ver mi reacción por el lugar. La miré con una leve sonrisa mientras ella esperaba, expectante mi respuesta. Tras unos minutos de silencio al fin habló.
-Bueno…- se guardó las manos en los bolsillos y se encogió de hombros- ¿Qué?
-¿Qué de que mamá? –pregunté algo confusa
-¿Qué te parece todo?
-Es muy bonito, y muy acogedor. La tía Gretel ha puesto flores en mi jarrón y la habitación es muy luminosa. Me gusta.- y traté de esbozar la mejor de mis sonrisas, para que fuera creíble todo lo que decía.
-Me alegro hija- se acercó y se sentó a mi lado- verás que bien nos lo vamos a pasar.- y me apoyó en su hombro- Bueno cielo, vayamos abajo a ver a la abuela- Asentí y bajamos juntas. En la entrada estaba papá riñendo a Phoebe. Y al rato apareció la tía para guiarnos a la habitación de la abuela. Nos condujo por un pasillo oscuro que daba a una habitación apartada y aparentemente pequeña. Tenía las paredes blanquecinas, pero pese al color claro, eran algo sombrías, ya que estaban desnudas. Ni una estantería, ni un cuadro, ni un adorno… frías, vacías y, encima, la ausencia de ventanas por dicho pasillo provocaba una sensación de oscuridad aun mayor. Tía Gretel se detuvo ante la vieja puerta de madera grisácea que daba a la habitación de la abuela Margaret.
- Debemos entrar de uno en uno- nos avisó- hace mucho que no ve a gente, y podemos asustarla, así que, Robert, entra tú primero, para eso eres su hijo. Después Emily, Phoebe y Danielle.- mi padre asintió- yo entraré con vosotros.- papá avanzó unos pasos hacia delante, y esperó a que la tía Gretel abriera la puerta. Entró y estuvo como un cuarto de hora dentro. Mamá también estuvo más o menos el mismo tiempo y Phoebe estuvo unos 5 minutos escasos. Me tocó a mí, pero no sé porqué cuando oí a tía Gretel mencionar mi nombre, algo me golpeó el corazón. Me tendió su áspera mano y me llevó con ella dentro. La puerta se cerró de un portazo y todo se quedó muy oscuro.
-Perdona cariño, se me ha escapado la puerta- se disculpó mi tía- ven, te llevo a su cama. Está la pobre que no se puede levantar - Me acerqué a su lecho, y allí había una mujer, raquítica, con el cabello canoso completamente despeinado. Se la veía hundida en la cama, sin fuerza y con la vista perdida. Parecía como si estuviera drogada. Mantuve un poco la distancia, pero tía Gretel me acercó.
-Hermana, he aquí la menor de tu hijo- la abuela, giró su rostro a donde estaba yo- Es tu nieta, Danielle
-¿Danielle?- logró articular con esfuerzo. Se notaba lo que le costaba poder hablar conmigo. Levantó su mano y yo tras unos instantes de duda, la tomé. Esa mano fría y temblorosa. Entonces, sucedió algo muy extraño. La abuela clavó en mí sus ojos azules. Su pupila se dilató hasta casi abarcar el ojo entero. Y tuve una visión. Vi como arrastraban a Erzebeth hacia la guillotina. Aunque llevaba un lujoso vestido, estaba raido y roto. Gritaba sin control, maldiciendo a la gente y alegando su inocencia. Un guardia la golpeó y la tiró al barro, dejándola inconsciente. La arrastraron hasta la guillotina y cuando despertó vio a su verdugo. Le miró con odio y le habló.
-Muéstrame tu rostro miserable- le bufó- déjame ver el rostro de mi asesino- y el verdugo se descubrió. Erzebeth le miró sorprendida, dolida y enfurecida. Le gritó- ¡Te odio! ¡Quedarás maldito! ¡Tú y toda tu especie! ¡No descansaré hasta acabar con vosotros! ¡Traidores! - y entonces la cuchilla bajó, y Erzebeth dejó de gritar.
Volví en mí, y vi a la abuela convulsionando. Gritaba y tía Gretel miraba asombrada.
-¡Ella ha venido a vengarse de nosotros!- papá, mamá y Phoebe entraron en la habitación cuando oyeron los gritos - ¡Cuidado con ella! ¡Quiere matarnos!- Solté la mano de la abuela y caí al suelo. Acto seguido mamá me cogió y me apretó contra ella.
-Robert- le llamó la tía Gretel- sujétala, voy a inyectarle su calmante- papá obedeció sujetando los brazos de la abuela, mientras la tía le ponía su inyección.
-Nos matará…- siguió diciendo, y a medida que el tranquilizante le hacía efecto, hablaba más bajo y más pausadamente- es la hija del diablo… estamos malditos… y llevará a cabo su venganza… su traición…- y finalmente cerró los ojos y quedó dormida. Mamá me sacó de la habitación algo cohibida y preocupada por mí. Pero la más preocupada era yo. Mi abuela sabía quién era yo realmente y en qué me iba a convertir, y lo peor es que también había visto mi visión; mi asesinato y mi maldición.

Capítulo 2

Sorprendida de la apacible noche que acababa de experimentar, comprobé que me había vuelto a levantar para la hora de comer. Con más energía que de costumbre, bajé con mi familia. El buen ambiente y la ilusión por las “vacaciones” se respiraba en el ambiente, salvo por Phoebe, cuya aura demoníaca podía verse a 500 kilómetros; pero me daba igual. Papá y mamá se les veía bastante esperanzados en que un poco de aire fresco del campo me fuera a ayudar. La mayoría de la comida transcurrió en silencio, hasta que mamá lo rompió exclamando.
-¡Hija! Acabo de darme cuenta de una cosa…- se la veía algo defraudada.
-¿Qué ocurre mamá?
- Que nuestra estancia fuera, coincide con tu cumpleaños.- estaba en lo cierto, no me había dado cuenta. De hecho, no sabía ni en qué día estaba viviendo.-Supongo que entonces tendremos que aplazarlo- había una notoria cantidad de tristeza en su voz, y papá se limitó a bajar la cabeza. Sin embargo Phoebe sonrío. Creo que nunca se alegró tanto de que yo cumpliera años.
-Bueno mamá…- repuse- no puedo celebrar mi cumpleaños igualmente, porque no estoy demasiado bien con mis amigos, y si lo celebro con vosotros, me da igual donde…- mamá sonrió complacida, y Phoebe… si hubiera podido atravesarme con mil puñales y dejarme a modo colador, lo hubiera hecho sin problemas, pero yo no mentía. Desde que ocurrió todo aquello dejé de hablarme con todo el mundo. Pensaron que me había vuelto loca, pero no lo hacía por gusto. Simplemente, si de un momento a otro volvía a ponerme en peligro, no quería que nadie saliera perjudicado. Lo mismo hice con mi familia. Me encerraba en mi cuarto, y allí pasaba las horas, evitando cualquier tipo de contacto. Aunque no podía negarme a la buena intención que habían tenido mis padres para ayudarme.
-¿Seguro cariño?- Insistió mi padre- de verdad que no pasa nada si quieres quedarte aquí…
-Papá, de verdad, me apetece irme- traté de sonar lo más convincente posible- además, ya te digo, que no me hablo con mis amigos, así que no iba a hacer nada especial…- papá me miraba raro. Pensaba que me estaba obligando, y no era eso, así que decidí ponerle un poco de humor al asunto- pero eso sí- repuse en modo de advertencia- quiero comer allí el mejor tiramisú del mundo…- Entonces la expresión de la cara de papá se relajó y la comida prosiguió en paz.
Tras terminar de comer, ya me dispuse a hacer mi leonera, es decir, mi habitación. La maleta ya estaba hecha, así que hasta la noche, me quedaba esperar unas pocas horas. ¿Qué podía hacer? Aproveché para cargar mi Ipod, ya que allí, no creo que tengan los adaptadores necesarios para poder cargarlo; continué un par de capítulos más de El Retrato de Dorian Gray; pero cuando vi la extraña similitud entre el alma corrompida de Dorian con la de mi antepasado, tiré el libro al suelo. Decidí aprovechar de verdad el tiempo, tomé mi portátil y tecleé en google; Erzebeth Báthory. 150.000.000 de entradas. ¡Vaya! ¡Sí que era famosa! No sabía si tomármelo a bien o a mal. Duquesa de Hungría, sobrina del Rey de Transilvania. Murió a los 18 años… bla, bla, bla… no había nada que no hubiera leído u oído antes. Sonó la entrada de un correo en mi bandeja de mensajes. No tenía remitente, y el mensaje era un link. Llena de curiosidad cliqueé en él, y se me abrió la web de una biblioteca antigua, especializada en manuscritos y libros medievales. Me llamó la atención un libro en especial. “Testimonio de la familia Báthory”. Entonces abrí una nueva pestaña en el buscador de internet y busqué su árbol genealógico. Me quedé asombrada de la magnitud de Báthory que podían existir. Busqué con ansia a mi malvada predecesora, como pude comprobar, allí se hallaba pero encontré una variedad en ese árbol; Erzebeth salía como que se había casado. Tenía que ser un error de página, porque ella murió soltera. Volví a la página de la tienda. No estaba lejos de mi casa, y el libro era bastante barato, es lo que tenía el ser un libro tan antiguo. Pero por desgracia el domingo estaba todo cerrado. -Bueno, lo compraré cuando vuelva. Mejor. Así no lo pienso y puedo ir más tranquila al campo. - Mamá dio un grito para avisarme que nos quedaba una hora para irnos, así que apagué mi ordenador, me puse mi jersey de cuello vuelto negro, con mi vaquero y mis botas; mi cazadora vaquera y una bufanda roja. Recogí mi Ipod y mi maleta, cerré la puerta de mi habitación y bajé hasta el coche. Me senté en el extremo derecho, por miedo a que Phoebe, que ocupaba el izquierdo, tratara de matarme. Pero ya no había marcha atrás. Las maletas estaban metidas en el maletero, todos dentro del coche. Papá metió la llave de contacto, arrancó el coche, y nos lanzamos a la aventura.

martes, 23 de diciembre de 2008

Capítulo 1


Lagos de sudor empaparon mi cama cuando desperté de esa terrible pesadilla. Mi pulso acelerado, parecía retumbar tanto, que papá y mamá podrían despertarse con él. Era la misma pesadilla. Aquella que llevaba atormentándome un mes. Todas las noches, soñaba lo mismo. El mismo lugar, el mismo ritual, el mismo sentimiento de nauseas al despertar… Me recosté en mi empapada cama y traté de conciliar el sueño, pero no fue posible. A la mañana siguiente me desperté tarde. Torpemente me calcé las zapatillas de andar por casa y bajé a desayunar, o a comer, ya puestos. Papá estaba en el jardín cortando el césped mientras mamá preparaba espaguetis.
-Buenos días- saludé con voz ronca, mientras me frotaba los ojos.
-Buenos días cariño- me respondió mi madre con dulzura- ¿Has dormido bien?
-No demasiado…-me quejé
-¿Otra vez esas pesadillas?- se giró a mirarme preocupada, mientras se limpiaba las manos en su delantal azul y blanco. Asentí con la cabeza, ya que casi no tenía fuerzas para hablar.- Esto no puede seguir así Danielle. Llevas noches sin dormir…
-Será estrés mamá… no le des más importancia de la que tiene…- intenté quitarle peso. No era plan de contarle a mi madre que soñaba todas las noches que me bañaba y bebía sangre.
-Cariño, me preocupas…desde tu accidente en el colegio, no has vuelto a ser la misma. Siempre estás triste, siempre lloras… Martha y Karen están muy preocupadas por ti, Phoebe lo está y tu padre y yo también… así que si tienes algún problema, deberías contárnoslo…-
Mantuve el silencio por un momento. Era cierto en parte lo que decía mi madre. Desde aquel día, mi vida cambió, pero ¿Qué podía decirle? “mamá, tienes razón, cambió. Por que me enamoré del descendiente de un clan de vampiros protegido por la nobleza, que está prófugo por matar a su padre, que a su vez trataba de asesinarme por ser descendiente directa de la mujer que inició el vampirismo”. Sabía que estaban preocupados, y no me gustaba tenerles así, pero no me quedaba otra que mantener esta carga en silencio. Sonreí como pude y tomé la mano de mi madre.
-Mamá, sé que os preocupáis por mí. Sólo es una mala racha… el accidente me pilló cerca de exámenes y realmente no pude descansar todo lo que debería, por eso da la cara ahora. No os preocupéis por mi. Estaré bien.- mamá me miró desconfiada. No estaba del todo segura de mi excusa, pero era perfectamente creíble. Lanzó un suspiro y me dirigí a mi cuarto para asearme un poco. Al entrar en mi revuelta habitación, abrí el cajón de la cómoda que hay justo en frente de mi cama y saqué un jersey de punto lila del tercer cajón. Del primero cogí mi ropa interior. Tomé el vaquero que descansaba en el respaldo de la silla del escritorio y me dirigí al baño. Desde que tenía esas pesadillas me daba un poco de respeto abrir el grifo de la bañera, pero no iba a permitir que un sueño me privara de mi aseo. Mientras el agua caliente salía del grifo, me desnudaba frente al espejo. Cuando me quité la camiseta, pude ver la cicatriz de mi hombro. Ahí hundió Lord Henry su espada. Había pasado un mes, pero las imágenes venían a mi mente con claridad, como si lo viviera de nuevo. Acaricié la rosada herida, cerré el grifo del agua, y me adentré en la bañera. Cuando ya llevaba un rato dentro, empecé a recordar mi experiencia vivida en 1476. Recordé unos ojos violáceos. Los recordé en todo su esplendor y con distintas expresiones en ellos. Los vi tiernos, tristes, enfadados, desafiantes, divertidos, arrepentidos… ¡Ay! ¡Cuánto los extrañaba! Hundí la cabeza en el agua de la bañera para despejarme y salí del agua. Me puse el albornoz blanco y me dirigí de nuevo al espejo. Cuando hablé con mi amor por última vez fue hace un mes. Justo el tiempo que Jonathan estaba desaparecido. No daba señales de vida. Parecía como si se hubiera evaporado. Y después aparecieron las pesadillas. ¿Qué podía significar todo eso? ¿Estaba relacionado? ¿Qué habría sido de Jonathan? ¿Seguiría vivo? O por el contrario, ¿Le habrían encontrado? Todas esas dudas atormentaban mi mente. No podía quitármelo de la cabeza, pero si había una duda que verdaderamente me mataba era, si yo realmente sería una amenaza para todos aquellos que me rodean, y sobretodo para él. Sacudí la cabeza y comencé a desenredarme el pelo. Me vestí y me recogí el pelo en una coleta, me dispuse a bajar cuando por el hueco de las escaleras escuché a papá y a mamá hablar de mí.
-Esto no puede seguir así Robert.- le decía mamá- lleva días casi sin dormir; come lo justo y necesario y se pasa las horas muertas en su habitación…
-Lo sé Emily, lo sé… yo también empiezo a preocuparme
-Llevo un mes sin hija…parece un fantasma- se quejaba penosa, y una punzada me dio en el pecho. Les tenía muy preocupados, y no me había dado cuenta. Estaba tan absorta en mis pensamientos y tan preocupada por Jonathan que había olvidado a mi familia.
-Tenía pensado…- hizo una breve pausa mi padre- ¿y si nos vamos de viaje?
-¿A dónde?
-La abuela Margaret está algo enferma; podíamos aprovechar e irnos con las chicas al pueblo, una semana a que les diera el aire fresco del campo. A lo mejor el cambio de aires le sienta bien.
- Me parece una buena idea. A lo mejor el estar tanto tiempo en casa es lo que le afecta tanto…- se le oía más animada con la idea propuesta por papá. Después me llamaron para comer. Pensé en las palabras de mi padre, y tenía algo de razón. Aprovecharía esos días que me iba para relajarme un poco, o por lo menos, intentar pensar lo menos posible en lo que me preocupaba. Ya había estado mucho tiempo preocupada, y mi familia también. Así que decidí tomármelo como unas vacaciones.
Bajé a comer, papá presidía la mesa, y mamá servía los espaguetis. Se les veía un brillo de esperanza en los ojos. En ese momento, Phoebe llegó de hacer sus recados. Se sentó al lado mío y comenzamos a comer. A los pocos minutos, mamá miró a papá con cara impaciente, y este carraspeó.
-Chicas- tragó un poco de saliva- vuestra madre y yo hemos decidido que la semana que viene, iremos al pueblo a ver a la abuela Margaret.- Phoebe le miró sorprendida
-¡¿Por qué?! Papá, yo no quiero ir- respondió tajante
-Hija, no la ves desde los 15 años…
-Por eso mismo, no la vemos desde que éramos unas niñas, ¿y ahora tenemos que ir?
-Está enferma, hija…- trató de explicar mamá- sólo será una semana…
-Mamá, no tengo nada en contra de la abuela, pero yo ya soy mayorcita como para que me obliguéis a ir a pasar una semana al pueblo. Además, ese fin de semana le daban permiso a Jason en el campus para venir a verme, y como comprenderéis, no malgastaré mi tiempo en el pueblo.
-Podrías venirte hasta el viernes y volverte, para estar con él sábado y domingo.
-Mamá, no lo intentes. No pienso ir. – Papá y mamá suspiraban, ya que su bienintencionado plan, no estaba resultando. Me daba pena ver como mis padres se intentaban justificar con Phoebe. En cierto modo tenía razón. Si Jonathan, en circunstancias normales, hubiera sido humano y mi novio oficial, yo tampoco habría querido irme. Pero decidí ponerme del lado de mis padres, al fin y al cabo, lo estaban haciendo en mayoría por mí.
-A mi me da igual ir…- dije mientras tragaba mis espaguetis. Mamá y papá me miraron con renovada esperanza, pero Phoebe me miró con odio.
-¿A ti que te va a importar? –me bufó- Si eres un fantasma. Lánguida y triste. Todo el día encerrada y sola. Si tu no tienes vida social no es mi culpa, rica, pero hay gente que tiene amigos y novio.- Me dio dónde más dolía. La miré con rabia. ¿Qué sabía ella? Me tuve que separar de mis amigos por miedo a hacerles daño. Me encerraba en mi cuarto por lo mismo. Y sí que tenía novio, un vampiro prófugo. Papá dio un golpe en la mesa enfadado.
-¡Ya está bien!- Phoebe le miró algo cohibida. No se esperaba esa reacción- ¡Iremos al pueblo de la abuela Margaret, tanto si quieres como si no Phoebe!
-Pero papá- intentó replicar


-¡Nada de peros! – Mamá le cogió de la mano, y tras intercambiar miradas, papá bajó el volumen de la voz- Después de comer iréis a hacer la maleta. Mañana domingo, nos iremos a última hora de la noche.- No hizo falta decir más. Phoebe rabiaba, pero papá y mamá habían ganado la batalla. Aunque no se habló durante toda la comida, en miradas fugaces, pude ver la ilusión de los ojos de mis padres. Terminé mi plato, dejándome un cuarto de la comida; que ya era menos de lo que solía dejarme siempre, es decir, el plato casi intacto; y subía mi habitación. Comencé a sacar ropa. A la media hora de sacarla, encontré al fondo del armario, aquella preciosa blusa que quise estrenar el día que conocí a Jonathan. Me giré para la ropa que acababa de seleccionar y la observé. Toda era gris y negra. Ni un ápice de color. Si quería cambiar de aires, debía empezar por el vestuario. Guardé casi todas las camisetas oscuras, salvo 2 o tres, que se salvaban por algún adorno o brillito; y empecé a sacar camisetas de colores vivos. Lila, verde, celeste, roja… las dejé apartadas en la silla del escritorio de mi mesa, para al día siguiente poderlas guardar en mi maleta. Dos pares de vaqueros, unas botas de montaña, mis converse negras, cinco camisetas de colores variados, dos abrigos, un bolso largo de tela y la ropa interior. En el neceser, salvo el cepillo de dientes y el desodorante, guardé mis diademas, mis gomillas del pelo, mis básicos de maquillaje, por si acaso, y un set que papá se lleva de los hoteles cuando viaja, de champú, jabón del cuerpo, gorro de baño, etc. de entretenimiento; un libro, una libreta y un boli. Allí no había red, y el teléfono a duras penas funcionaba. Ya estaba todo. Cuando quise darme cuenta ya era casi la hora de cenar. Mantuve una breve, pero animada conversación con mis padres; lo cuál, les ayudó a tomar con más animo su idea del viaje. Me puse el pijama, y proseguí a continuar con la lectura obligada de El Retrato de Dorian Gray; Justo el momento en el que Hallward descubre el secreto de Dorian;

Dorian: El día que usted acabó esta pintura, yo pedí un deseo. Quizás usted lo llamaría un rezo. Mi deseo fue concedido.
Hallward: Pero usted me dijo que había destruido mi pintura.
Dorian: Era incorrecto. Me ha destruido.
Hallward: ¡Tiene los ojos del diablo!
Dorian: Cada uno de nosotros tiene cielo e infierno en él
Hallward: Si esto es verdad… si es cuál esto has hecho con su vida, es mucho peor que cualquier cosa que se ha dicho. ¿Usted sabe rogar, Dorian?

Después de ese párrafo, mis ojos se entrecerraron y fue cuando decidí que era hora de apagar la luz. Me arropé y pensé en una frase que Dorian dijo; “Cada uno de nosotros tiene cielo e infierno en él”. ¿Sería verdad? ¿Yo tengo cielo e infierno en mí? ¿O sólo tendré infierno cuando me transforme? Yo vi el infierno en los ojos de Jonathan cuando le vi cazar, y el cielo cuando le vi arrepentido por el sacrificio de aquella niña de diez años. ¿Dónde tendría yo mi parte buena y mi parte maligna? Y lo que era más importante ¿Cuál de ellas predominaba en mí? Con todas esas dudas, cerré los ojos, y al cabo de un rato, el agotamiento me venció. Y por una noche, pude dormir en paz.

lunes, 22 de diciembre de 2008

Prefacio



Oscuridad. Eso es todo lo que veía a mí alrededor. Ni un ruido. Ni una voz. Ni una luz. Todo estaba en calma y en penumbra. De repente, algo cegó mis ojos. Una luz blanca. Instantáneamente me llevé las manos a los ojos para evitar el contacto directo, como si me fuese a deshacer. Cuando mis ojos se fueron acostumbrando a la nueva claridad, la luz se volvió más tenue, tanto como la de la vela de un candelabro. Y entonces pude ver con claridad todo. Me hallaba en una bañera, rodeada por millones de candelabros llenos de velas que alumbran la sala. Mi cabello, cuidadosamente recogido en una trenza, el agua en la que me bañaba, era espesa, tibia y roja. Mi cuerpo estaba cubierto de esa sustancia semi viscosa en la que me hallaba sumergida. Aunque lo veía todo con claridad y deseaba gritar y salir huyendo despavorida, mi cuerpo no reaccionaba, es más, estaba muy tranquilo. En una situación normal, temblaría como una hoja que se desprende de la rama de un árbol; sin embargo, tenía un pulso y una entereza magnífica.
Mi cuerpo, que no era mío, salió de la bañera, tomó una toalla blanca, y la tiñó de ese color escarlata intenso que impregnaba mi cuerpo. Avanzaba por un suelo frío de piedra, hasta una vieja mesa de madera, en la cual, descansaba un cáliz de oro con piedras rojas incrustadas. Mi mano lo tomó, se volvió a la bañera, y llenó la copa. Se tornó hacia un espejo y se observó detenidamente. Solté mi cabello, y lo dejé caer en mis hombros. Acaricié una de mis mejillas y sonreí. Miré a mí alrededor, y pude ver a dos jóvenes tiradas en el suelo. Hubiera jurado que estaban dormidas, si no emanara de sus labios un fino hilo de sangre. Sus cuerpos inertes yacían en el suelo. Volví a mirarme al espejo y pronuncié unas palabras; “Que su sangre, sea mi bebida eterna”.

Me llevé la copa a la boca, y mis labios probaron el sabor salado y cálido de la sangre humana. Recorriendo mi gaznate cono el agua en el ciclo de un río; haciéndome sentir más fuerte, más poderosa y sobretodo, deseosa de tener más.