lunes, 22 de diciembre de 2008

Prefacio



Oscuridad. Eso es todo lo que veía a mí alrededor. Ni un ruido. Ni una voz. Ni una luz. Todo estaba en calma y en penumbra. De repente, algo cegó mis ojos. Una luz blanca. Instantáneamente me llevé las manos a los ojos para evitar el contacto directo, como si me fuese a deshacer. Cuando mis ojos se fueron acostumbrando a la nueva claridad, la luz se volvió más tenue, tanto como la de la vela de un candelabro. Y entonces pude ver con claridad todo. Me hallaba en una bañera, rodeada por millones de candelabros llenos de velas que alumbran la sala. Mi cabello, cuidadosamente recogido en una trenza, el agua en la que me bañaba, era espesa, tibia y roja. Mi cuerpo estaba cubierto de esa sustancia semi viscosa en la que me hallaba sumergida. Aunque lo veía todo con claridad y deseaba gritar y salir huyendo despavorida, mi cuerpo no reaccionaba, es más, estaba muy tranquilo. En una situación normal, temblaría como una hoja que se desprende de la rama de un árbol; sin embargo, tenía un pulso y una entereza magnífica.
Mi cuerpo, que no era mío, salió de la bañera, tomó una toalla blanca, y la tiñó de ese color escarlata intenso que impregnaba mi cuerpo. Avanzaba por un suelo frío de piedra, hasta una vieja mesa de madera, en la cual, descansaba un cáliz de oro con piedras rojas incrustadas. Mi mano lo tomó, se volvió a la bañera, y llenó la copa. Se tornó hacia un espejo y se observó detenidamente. Solté mi cabello, y lo dejé caer en mis hombros. Acaricié una de mis mejillas y sonreí. Miré a mí alrededor, y pude ver a dos jóvenes tiradas en el suelo. Hubiera jurado que estaban dormidas, si no emanara de sus labios un fino hilo de sangre. Sus cuerpos inertes yacían en el suelo. Volví a mirarme al espejo y pronuncié unas palabras; “Que su sangre, sea mi bebida eterna”.

Me llevé la copa a la boca, y mis labios probaron el sabor salado y cálido de la sangre humana. Recorriendo mi gaznate cono el agua en el ciclo de un río; haciéndome sentir más fuerte, más poderosa y sobretodo, deseosa de tener más.

1 comentario:

  1. Es un buen comienzo. Me gusta la imagen de: ¡Que su sangre sea mi bebda eterna!
    Te sigo leyendo.
    Saludos desde La ventana de los sueños, blog literario.

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