martes, 23 de diciembre de 2008

Capítulo 1


Lagos de sudor empaparon mi cama cuando desperté de esa terrible pesadilla. Mi pulso acelerado, parecía retumbar tanto, que papá y mamá podrían despertarse con él. Era la misma pesadilla. Aquella que llevaba atormentándome un mes. Todas las noches, soñaba lo mismo. El mismo lugar, el mismo ritual, el mismo sentimiento de nauseas al despertar… Me recosté en mi empapada cama y traté de conciliar el sueño, pero no fue posible. A la mañana siguiente me desperté tarde. Torpemente me calcé las zapatillas de andar por casa y bajé a desayunar, o a comer, ya puestos. Papá estaba en el jardín cortando el césped mientras mamá preparaba espaguetis.
-Buenos días- saludé con voz ronca, mientras me frotaba los ojos.
-Buenos días cariño- me respondió mi madre con dulzura- ¿Has dormido bien?
-No demasiado…-me quejé
-¿Otra vez esas pesadillas?- se giró a mirarme preocupada, mientras se limpiaba las manos en su delantal azul y blanco. Asentí con la cabeza, ya que casi no tenía fuerzas para hablar.- Esto no puede seguir así Danielle. Llevas noches sin dormir…
-Será estrés mamá… no le des más importancia de la que tiene…- intenté quitarle peso. No era plan de contarle a mi madre que soñaba todas las noches que me bañaba y bebía sangre.
-Cariño, me preocupas…desde tu accidente en el colegio, no has vuelto a ser la misma. Siempre estás triste, siempre lloras… Martha y Karen están muy preocupadas por ti, Phoebe lo está y tu padre y yo también… así que si tienes algún problema, deberías contárnoslo…-
Mantuve el silencio por un momento. Era cierto en parte lo que decía mi madre. Desde aquel día, mi vida cambió, pero ¿Qué podía decirle? “mamá, tienes razón, cambió. Por que me enamoré del descendiente de un clan de vampiros protegido por la nobleza, que está prófugo por matar a su padre, que a su vez trataba de asesinarme por ser descendiente directa de la mujer que inició el vampirismo”. Sabía que estaban preocupados, y no me gustaba tenerles así, pero no me quedaba otra que mantener esta carga en silencio. Sonreí como pude y tomé la mano de mi madre.
-Mamá, sé que os preocupáis por mí. Sólo es una mala racha… el accidente me pilló cerca de exámenes y realmente no pude descansar todo lo que debería, por eso da la cara ahora. No os preocupéis por mi. Estaré bien.- mamá me miró desconfiada. No estaba del todo segura de mi excusa, pero era perfectamente creíble. Lanzó un suspiro y me dirigí a mi cuarto para asearme un poco. Al entrar en mi revuelta habitación, abrí el cajón de la cómoda que hay justo en frente de mi cama y saqué un jersey de punto lila del tercer cajón. Del primero cogí mi ropa interior. Tomé el vaquero que descansaba en el respaldo de la silla del escritorio y me dirigí al baño. Desde que tenía esas pesadillas me daba un poco de respeto abrir el grifo de la bañera, pero no iba a permitir que un sueño me privara de mi aseo. Mientras el agua caliente salía del grifo, me desnudaba frente al espejo. Cuando me quité la camiseta, pude ver la cicatriz de mi hombro. Ahí hundió Lord Henry su espada. Había pasado un mes, pero las imágenes venían a mi mente con claridad, como si lo viviera de nuevo. Acaricié la rosada herida, cerré el grifo del agua, y me adentré en la bañera. Cuando ya llevaba un rato dentro, empecé a recordar mi experiencia vivida en 1476. Recordé unos ojos violáceos. Los recordé en todo su esplendor y con distintas expresiones en ellos. Los vi tiernos, tristes, enfadados, desafiantes, divertidos, arrepentidos… ¡Ay! ¡Cuánto los extrañaba! Hundí la cabeza en el agua de la bañera para despejarme y salí del agua. Me puse el albornoz blanco y me dirigí de nuevo al espejo. Cuando hablé con mi amor por última vez fue hace un mes. Justo el tiempo que Jonathan estaba desaparecido. No daba señales de vida. Parecía como si se hubiera evaporado. Y después aparecieron las pesadillas. ¿Qué podía significar todo eso? ¿Estaba relacionado? ¿Qué habría sido de Jonathan? ¿Seguiría vivo? O por el contrario, ¿Le habrían encontrado? Todas esas dudas atormentaban mi mente. No podía quitármelo de la cabeza, pero si había una duda que verdaderamente me mataba era, si yo realmente sería una amenaza para todos aquellos que me rodean, y sobretodo para él. Sacudí la cabeza y comencé a desenredarme el pelo. Me vestí y me recogí el pelo en una coleta, me dispuse a bajar cuando por el hueco de las escaleras escuché a papá y a mamá hablar de mí.
-Esto no puede seguir así Robert.- le decía mamá- lleva días casi sin dormir; come lo justo y necesario y se pasa las horas muertas en su habitación…
-Lo sé Emily, lo sé… yo también empiezo a preocuparme
-Llevo un mes sin hija…parece un fantasma- se quejaba penosa, y una punzada me dio en el pecho. Les tenía muy preocupados, y no me había dado cuenta. Estaba tan absorta en mis pensamientos y tan preocupada por Jonathan que había olvidado a mi familia.
-Tenía pensado…- hizo una breve pausa mi padre- ¿y si nos vamos de viaje?
-¿A dónde?
-La abuela Margaret está algo enferma; podíamos aprovechar e irnos con las chicas al pueblo, una semana a que les diera el aire fresco del campo. A lo mejor el cambio de aires le sienta bien.
- Me parece una buena idea. A lo mejor el estar tanto tiempo en casa es lo que le afecta tanto…- se le oía más animada con la idea propuesta por papá. Después me llamaron para comer. Pensé en las palabras de mi padre, y tenía algo de razón. Aprovecharía esos días que me iba para relajarme un poco, o por lo menos, intentar pensar lo menos posible en lo que me preocupaba. Ya había estado mucho tiempo preocupada, y mi familia también. Así que decidí tomármelo como unas vacaciones.
Bajé a comer, papá presidía la mesa, y mamá servía los espaguetis. Se les veía un brillo de esperanza en los ojos. En ese momento, Phoebe llegó de hacer sus recados. Se sentó al lado mío y comenzamos a comer. A los pocos minutos, mamá miró a papá con cara impaciente, y este carraspeó.
-Chicas- tragó un poco de saliva- vuestra madre y yo hemos decidido que la semana que viene, iremos al pueblo a ver a la abuela Margaret.- Phoebe le miró sorprendida
-¡¿Por qué?! Papá, yo no quiero ir- respondió tajante
-Hija, no la ves desde los 15 años…
-Por eso mismo, no la vemos desde que éramos unas niñas, ¿y ahora tenemos que ir?
-Está enferma, hija…- trató de explicar mamá- sólo será una semana…
-Mamá, no tengo nada en contra de la abuela, pero yo ya soy mayorcita como para que me obliguéis a ir a pasar una semana al pueblo. Además, ese fin de semana le daban permiso a Jason en el campus para venir a verme, y como comprenderéis, no malgastaré mi tiempo en el pueblo.
-Podrías venirte hasta el viernes y volverte, para estar con él sábado y domingo.
-Mamá, no lo intentes. No pienso ir. – Papá y mamá suspiraban, ya que su bienintencionado plan, no estaba resultando. Me daba pena ver como mis padres se intentaban justificar con Phoebe. En cierto modo tenía razón. Si Jonathan, en circunstancias normales, hubiera sido humano y mi novio oficial, yo tampoco habría querido irme. Pero decidí ponerme del lado de mis padres, al fin y al cabo, lo estaban haciendo en mayoría por mí.
-A mi me da igual ir…- dije mientras tragaba mis espaguetis. Mamá y papá me miraron con renovada esperanza, pero Phoebe me miró con odio.
-¿A ti que te va a importar? –me bufó- Si eres un fantasma. Lánguida y triste. Todo el día encerrada y sola. Si tu no tienes vida social no es mi culpa, rica, pero hay gente que tiene amigos y novio.- Me dio dónde más dolía. La miré con rabia. ¿Qué sabía ella? Me tuve que separar de mis amigos por miedo a hacerles daño. Me encerraba en mi cuarto por lo mismo. Y sí que tenía novio, un vampiro prófugo. Papá dio un golpe en la mesa enfadado.
-¡Ya está bien!- Phoebe le miró algo cohibida. No se esperaba esa reacción- ¡Iremos al pueblo de la abuela Margaret, tanto si quieres como si no Phoebe!
-Pero papá- intentó replicar


-¡Nada de peros! – Mamá le cogió de la mano, y tras intercambiar miradas, papá bajó el volumen de la voz- Después de comer iréis a hacer la maleta. Mañana domingo, nos iremos a última hora de la noche.- No hizo falta decir más. Phoebe rabiaba, pero papá y mamá habían ganado la batalla. Aunque no se habló durante toda la comida, en miradas fugaces, pude ver la ilusión de los ojos de mis padres. Terminé mi plato, dejándome un cuarto de la comida; que ya era menos de lo que solía dejarme siempre, es decir, el plato casi intacto; y subía mi habitación. Comencé a sacar ropa. A la media hora de sacarla, encontré al fondo del armario, aquella preciosa blusa que quise estrenar el día que conocí a Jonathan. Me giré para la ropa que acababa de seleccionar y la observé. Toda era gris y negra. Ni un ápice de color. Si quería cambiar de aires, debía empezar por el vestuario. Guardé casi todas las camisetas oscuras, salvo 2 o tres, que se salvaban por algún adorno o brillito; y empecé a sacar camisetas de colores vivos. Lila, verde, celeste, roja… las dejé apartadas en la silla del escritorio de mi mesa, para al día siguiente poderlas guardar en mi maleta. Dos pares de vaqueros, unas botas de montaña, mis converse negras, cinco camisetas de colores variados, dos abrigos, un bolso largo de tela y la ropa interior. En el neceser, salvo el cepillo de dientes y el desodorante, guardé mis diademas, mis gomillas del pelo, mis básicos de maquillaje, por si acaso, y un set que papá se lleva de los hoteles cuando viaja, de champú, jabón del cuerpo, gorro de baño, etc. de entretenimiento; un libro, una libreta y un boli. Allí no había red, y el teléfono a duras penas funcionaba. Ya estaba todo. Cuando quise darme cuenta ya era casi la hora de cenar. Mantuve una breve, pero animada conversación con mis padres; lo cuál, les ayudó a tomar con más animo su idea del viaje. Me puse el pijama, y proseguí a continuar con la lectura obligada de El Retrato de Dorian Gray; Justo el momento en el que Hallward descubre el secreto de Dorian;

Dorian: El día que usted acabó esta pintura, yo pedí un deseo. Quizás usted lo llamaría un rezo. Mi deseo fue concedido.
Hallward: Pero usted me dijo que había destruido mi pintura.
Dorian: Era incorrecto. Me ha destruido.
Hallward: ¡Tiene los ojos del diablo!
Dorian: Cada uno de nosotros tiene cielo e infierno en él
Hallward: Si esto es verdad… si es cuál esto has hecho con su vida, es mucho peor que cualquier cosa que se ha dicho. ¿Usted sabe rogar, Dorian?

Después de ese párrafo, mis ojos se entrecerraron y fue cuando decidí que era hora de apagar la luz. Me arropé y pensé en una frase que Dorian dijo; “Cada uno de nosotros tiene cielo e infierno en él”. ¿Sería verdad? ¿Yo tengo cielo e infierno en mí? ¿O sólo tendré infierno cuando me transforme? Yo vi el infierno en los ojos de Jonathan cuando le vi cazar, y el cielo cuando le vi arrepentido por el sacrificio de aquella niña de diez años. ¿Dónde tendría yo mi parte buena y mi parte maligna? Y lo que era más importante ¿Cuál de ellas predominaba en mí? Con todas esas dudas, cerré los ojos, y al cabo de un rato, el agotamiento me venció. Y por una noche, pude dormir en paz.

2 comentarios:

  1. Hola wapa!!!Me llamo Mar, y hoy es mi primer dia aki por este mundo q aun desconozco, espero no tardar muxo en averiguar como funcionan las cosas por aki, xq ando un poco perdida jeje. weno aki te dejo en mi blog algunas camisetas q vendo por si te interesan, contacta conmigo, ire subiendo mas cosas. pues nada espero que te guste mi blog de aki en adelante.unbesito :)

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  2. Me gusta mucho como escribes y la historia está muy bien.
    Saludos desde La ventana de los sueños blog literario.

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