martes, 27 de enero de 2009

Capítulo 2

Sorprendida de la apacible noche que acababa de experimentar, comprobé que me había vuelto a levantar para la hora de comer. Con más energía que de costumbre, bajé con mi familia. El buen ambiente y la ilusión por las “vacaciones” se respiraba en el ambiente, salvo por Phoebe, cuya aura demoníaca podía verse a 500 kilómetros; pero me daba igual. Papá y mamá se les veía bastante esperanzados en que un poco de aire fresco del campo me fuera a ayudar. La mayoría de la comida transcurrió en silencio, hasta que mamá lo rompió exclamando.
-¡Hija! Acabo de darme cuenta de una cosa…- se la veía algo defraudada.
-¿Qué ocurre mamá?
- Que nuestra estancia fuera, coincide con tu cumpleaños.- estaba en lo cierto, no me había dado cuenta. De hecho, no sabía ni en qué día estaba viviendo.-Supongo que entonces tendremos que aplazarlo- había una notoria cantidad de tristeza en su voz, y papá se limitó a bajar la cabeza. Sin embargo Phoebe sonrío. Creo que nunca se alegró tanto de que yo cumpliera años.
-Bueno mamá…- repuse- no puedo celebrar mi cumpleaños igualmente, porque no estoy demasiado bien con mis amigos, y si lo celebro con vosotros, me da igual donde…- mamá sonrió complacida, y Phoebe… si hubiera podido atravesarme con mil puñales y dejarme a modo colador, lo hubiera hecho sin problemas, pero yo no mentía. Desde que ocurrió todo aquello dejé de hablarme con todo el mundo. Pensaron que me había vuelto loca, pero no lo hacía por gusto. Simplemente, si de un momento a otro volvía a ponerme en peligro, no quería que nadie saliera perjudicado. Lo mismo hice con mi familia. Me encerraba en mi cuarto, y allí pasaba las horas, evitando cualquier tipo de contacto. Aunque no podía negarme a la buena intención que habían tenido mis padres para ayudarme.
-¿Seguro cariño?- Insistió mi padre- de verdad que no pasa nada si quieres quedarte aquí…
-Papá, de verdad, me apetece irme- traté de sonar lo más convincente posible- además, ya te digo, que no me hablo con mis amigos, así que no iba a hacer nada especial…- papá me miraba raro. Pensaba que me estaba obligando, y no era eso, así que decidí ponerle un poco de humor al asunto- pero eso sí- repuse en modo de advertencia- quiero comer allí el mejor tiramisú del mundo…- Entonces la expresión de la cara de papá se relajó y la comida prosiguió en paz.
Tras terminar de comer, ya me dispuse a hacer mi leonera, es decir, mi habitación. La maleta ya estaba hecha, así que hasta la noche, me quedaba esperar unas pocas horas. ¿Qué podía hacer? Aproveché para cargar mi Ipod, ya que allí, no creo que tengan los adaptadores necesarios para poder cargarlo; continué un par de capítulos más de El Retrato de Dorian Gray; pero cuando vi la extraña similitud entre el alma corrompida de Dorian con la de mi antepasado, tiré el libro al suelo. Decidí aprovechar de verdad el tiempo, tomé mi portátil y tecleé en google; Erzebeth Báthory. 150.000.000 de entradas. ¡Vaya! ¡Sí que era famosa! No sabía si tomármelo a bien o a mal. Duquesa de Hungría, sobrina del Rey de Transilvania. Murió a los 18 años… bla, bla, bla… no había nada que no hubiera leído u oído antes. Sonó la entrada de un correo en mi bandeja de mensajes. No tenía remitente, y el mensaje era un link. Llena de curiosidad cliqueé en él, y se me abrió la web de una biblioteca antigua, especializada en manuscritos y libros medievales. Me llamó la atención un libro en especial. “Testimonio de la familia Báthory”. Entonces abrí una nueva pestaña en el buscador de internet y busqué su árbol genealógico. Me quedé asombrada de la magnitud de Báthory que podían existir. Busqué con ansia a mi malvada predecesora, como pude comprobar, allí se hallaba pero encontré una variedad en ese árbol; Erzebeth salía como que se había casado. Tenía que ser un error de página, porque ella murió soltera. Volví a la página de la tienda. No estaba lejos de mi casa, y el libro era bastante barato, es lo que tenía el ser un libro tan antiguo. Pero por desgracia el domingo estaba todo cerrado. -Bueno, lo compraré cuando vuelva. Mejor. Así no lo pienso y puedo ir más tranquila al campo. - Mamá dio un grito para avisarme que nos quedaba una hora para irnos, así que apagué mi ordenador, me puse mi jersey de cuello vuelto negro, con mi vaquero y mis botas; mi cazadora vaquera y una bufanda roja. Recogí mi Ipod y mi maleta, cerré la puerta de mi habitación y bajé hasta el coche. Me senté en el extremo derecho, por miedo a que Phoebe, que ocupaba el izquierdo, tratara de matarme. Pero ya no había marcha atrás. Las maletas estaban metidas en el maletero, todos dentro del coche. Papá metió la llave de contacto, arrancó el coche, y nos lanzamos a la aventura.

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